Juan Salvador Gaviota

Autor: Richard Bach.

A continuación se presentan extractos del libro «Juan Salvador Gaviota» escrito por Richard Bach. Los diálogos se transcriben entre comillas y con cursivas.  [Y lo que está entre corchetes y letra sin cursivas es un resumen del texto con mis palabras].

1a parte

Para la mayoría de las gaviotas, lo que importa no es volar, sino comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo  que importaba, sino volar. [Juan Salvador Gaviota (en adelante identificado con las siglas JSG) sufría incomprensión].

– Papás JSG: “Si quieres estudiar, estudia acerca de la comida y cómo conseguirla. No olvides que el motivo para volar es la comida”.

– JSG: “Solo pretendo saber qué puedo hacer en el aire y qué no”.

[Primer tema: la velocidad. JSG fracasó al intentar volar a 130 km/hr].

– JSG: “No hay forma de evitarlo. Soy gaviota. Soy limitado por naturaleza. (…) Tengo que  estar contento de ser como soy: una pobre y limitada gaviota”.

[Tras intentarlo varias veces logró superar los 200 km/hr y se lanzó de los 500 y 1000 mt de altura] Al amanecer, estaba vivo y temblaba ligeramente de gozo, orgulloso de haber controlado su miedo. (…) La velocidad era poder, gozo y belleza en estado puro. [Ahora visualizó una picada desde los 3000 mt y aprender a girar. Empezó a hacer acrobacias aéreas].

[Venía rapidísimo y pasó en medio de la bandada]. La gaviota de la Providencia le sonrió por una vez y nadie resultó muerto. [Las gaviotas se hallaban reunidas en Sesión de Consejo cuando Juan tocó tierra. Lo pusieron en el centro para juzgarlo].

– Consejo de Gaviotas: “Por tu irresponsabilidad temeraria, al violar la dignidad y la tradición de la familia de las gaviotas, eres desterrado. Algún día, Juan Salvador Gaviota, aprenderás que la irresponsabilidad se paga”.

– JSG: “¿Quién es más responsable que una gaviota que ha encontrado y que persigue un significado, un fin más alto para la vida? Podremos alzarnos sobre nuestra ignorancia, podremos descubrirnos como criaturas de perfección, inteligencia y habilidad. Ahora tenemos una razón para vivir, para aprender, ¡para ser libres! Dadme una oportunidad, dejadme que os muestre lo que he encontrado”. 

La bandada parecía de piedra. No le hicieron caso. Juan Gaviota pasó el resto de sus días solo, pero voló mucho más allá de los acantilados lejanos. Su único pesar no era la soledad, sino que las otras gaviotas se negasen a creer en la gloria que les esperaba al volar, que se negasen a abrir los ojos y a ver.

Con el mismo control interior, voló a través de espesas nieblas marinas y subió sobre ellas hasta cielos claros y deslumbradores, mientras las otras gaviotas yacían en tierra, sin ver más que niebla y lluvia. 

Juan Gaviota descubrió que el aburrimiento, el miedo y la ira son las razones por las que la vida de una gaviota es tan corta; al desaparecer aquellas de su pensamiento, tuvo por cierto una vida larga y buena.

[El momento de la muerte terrenal de Juan] Vinieron al anochecer y encontraron a Juan planeando, solitaria y pacíficamente, en su querido cielo. Las dos gaviotas que aparecieron junto a sus alas eran puras como la luz de las estrellas y su resplandor, suave y amistoso. [Juan las puso a prueba con acrobacias y las pasaron al seguirle el ritmo]

– JSG: “Muy bien. ¿Quiénes sois?”

– Gaviotas amigas: “Somos de tu bandada, Juan. Somos tus hermanos. Hemos venido a llevarte más arriba, a llevarte a casa”. 

– JSG: “¡No tengo casa! Tampoco bandada. Soy un exiliado. Unos cientos de metros más y no podré levantar más este viejo cuerpo”.

– Gaviotas amigas: “Sí que puedes, Juan. Porque has aprendido. Una etapa ha terminado y ha llegado la hora de que empiece otra”. 

El entendimiento iluminó ese instante de su existencia igual que había iluminado toda su vida. Tenían razón. Él era capaz de volar más alto y había llegado la hora de irse a casa. Echó una larga y última mirada al cielo, a esa magnífica tierra donde tanto había aprendido. Y Juan Gaviota se elevó con las dos radiantes gaviotas para desaparecer en el cielo.

2a parte 

De modo que esto es el cielo, pensó Juan, y no pudo evitar sonreír. Sentía que su cuerpo era el de una gaviota, pero volaba mucho mejor que con el antiguo. Brillaban sus plumas, ahora de un blanco resplandeciente, y sus alas eran lisas y perfectas.

[Sin embargo, también en el cielo tenía límites de velocidad. Juan pensó que en el cielo no los habría].

Durante los días siguientes Juan vio que había allí tanto que aprender sobre el vuelo como en la vida que había dejado atrás. Pero con una diferencia. Allí había gaviotas que pensaban como él, ya que para cada una de ellas lo más importante de la vida era alcanzar y palpar la perfección de lo que más amaba hacer: volar. Todas ellas eran aves magníficas y pasaban muchas horas cada día ejercitándose en volar. [Ahí hasta tenían instructor y se comunicaban por telepatía].

– Instructor: “¿Tienes idea de cuántas vidas debimos cruzar antes de que lográramos concebir la idea de que en la vida hay más cosas que comer, luchar o alcanzar poder en la bandada? ¡Mil vidas, Juan, diez mil! Y luego cien vidas más hasta que empezamos a aprender que existe algo llamado perfección, y otras cien para comprender que la meta de la vida es encontrar esa perfección y reflejarla”.

[Se decía que pronto Chiang, la gaviota mayor, se trasladaría de ese mundo. Juan tomó valor y se acercó a preguntar]

– JSG: “Chiang, este mundo no es el verdadero cielo, ¿verdad?”

– Chiang: “Veo que sigues aprendiendo, Juan”.

– JSG: “¿Adónde iremos? ¿Es que no hay un lugar que sea como el cielo?” 

– Chiang: “No, Juan, no existe tal lugar. El cielo no es un lugar, ni un tiempo. El cielo consiste en ser perfecto. Empezarás a palpar el cielo, en el momento en que palpes la velocidad perfecta. Y esto no es volar a mil kilómetros por hora, ni a un millón, ni a la velocidad de la luz. Porque cualquier número es un límite, y la perfección no tiene límites. La velocidad perfecta, hijo mío, es estar allí. Sin aviso, y en un abrir y cerrar de ojos”.

Chiang desapareció y apareció al borde del agua, veinte metros más allá. Entonces desapareció de nuevo y volvió en una milésima de segundo, junto a Juan.

– JSG: “¿Cómo lo haces? ¿Qué se siente al hacerlo? ¿A qué distancia puedes llegar?

– Chiang: “Puedes ir al lugar y al tiempo que desees”.

– JSG: “¿Me puedes enseñar a volar así? 

– Chiang: “Por supuesto, si quieres aprender”.

– JSG: “Quiero. ¿Cuándo podemos empezar?”

– Chiang: “Ahora mismo, si lo deseas”.

– JSG: “Dime qué hay que hacer”.

– Chiang: “Para volar tan rápido como el pensamiento y a cualquier sitio debes empezar por saber que ya has llegado”.

El secreto, según Chiang, consistía en dejar de verse a sí mismo como prisionero de un cuerpo limitado. El secreto era saber que su verdadera naturaleza vivía simultáneamente en cualquier lugar del espacio y del tiempo. 

Juan se dedicó a ello con ferocidad, día tras día, pero no logró moverse ni un milímetro.

– Chiang: “¡Olvídate de la fe! Tú no necesitaste fe para volar; lo que necesitaste fue comprender lo que era el vuelo. Esto es exactamente lo mismo”.

Así, un día, Juan, en la playa, con los ojos cerrados, concentrado, como un relámpago comprendió de pronto lo que Chiang le había estado diciendo. 

– JSG: “¡Pero si es verdad! ¡Soy una gaviota perfecta y sin limitaciones!”.

– Chiang: “¡Bien!”.

Juan abrió los ojos, estaban solos en una playa completamente distinta.

– JSG: “¿Dónde estamos?”

– Chiang: “Es obvio que estamos en un planeta que tiene un cielo verde y una estrella doble por sol”. 

– JSG: “¡Funciona!”

– Chiang: “Pues claro que funciona, Juan. Siempre funciona cuando sabes lo que estás haciendo”. 

Cuando regresaron había anochecido. Las otras gaviotas miraron a Juan con reverencia en sus ojos dorados, porque lo habían visto desaparecer.  

– Chiang: “Si quieres, podemos empezar a trabajar con el tiempo, hasta que logres volar por el pasado y el futuro. Entonces estarás preparado para empezar con lo más difícil, lo más colosal, lo más divertido de todo. Estarás preparado para subir y comprender el significado de la bondad y el amor”.

Pasó un mes, o lo que pareció un mes, y Juan aprendía con gran rapidez. Ahora, como alumno especial de la vieja gaviota en persona, asimiló las nuevas ideas como si hubiera sido una supercomputadora con plumas. Pero al fin llegó el día en que Chiang desapareció. Había estado conversando calladamente con todos ellos, exhortándoles a que nunca dejaran de aprender, de  practicar y de esforzarse por comprender más acerca del perfecto e invisible principio de toda vida. Entonces, mientras hablaba, sus plumas se hicieron cada vez más resplandecientes hasta que al fin brillaron de tal manera que ninguna gaviota pudo mirarle. 

Chiang le dijo a Juan que siguiera trabajando en el amor. Y cuando pudieron ver otra vez, Chiang había desaparecido. 

Con el correr de los días, Juan se sorprendió pensando una y otra vez en la tierra de la que había venido. Juan Gaviota había nacido para ser instructor y su manera de demostrar el amor era compartir algo de la verdad que había visto.

[Lo discutió con Rafael Gaviota, éste le sugirió ayudarle con sus aprendices y así lo hizo. Pero finalmente Juan Salvador regresó a la Tierra].

Juan evocó en su pensamiento la imagen de las grandes bandadas de gaviotas en la orilla de otros tiempos, y supo, con experimentada facilidad, que ya no era solo huesos y plumas, sino una perfecta idea de libertad y vuelo, sin limitación alguna. 

Pedro Pablo Gaviota (en adelante PPG) aún era bastante joven, pero ya sabía que no había ave peor tratada por una bandada o con tanta injusticia. ¡Volar es más importante que un simple revolotear de aquí para allá! ¡Yo les mostraré lo que es volar! 

– JSG: “No seas tan duro con ellos, Pedro Gaviota. Al expulsarte, las otras gaviotas solamente se han hecho daño a sí mismas, y un día se darán cuenta de ello; un día verán lo que tú ves. Perdónalas y ayúdalas a comprender”. 

El caos reinó por un instante dentro de la joven gaviota. 

– PPG: “¿Qué está pasando? ¿Estoy loco? ¿Estoy muerto? ¿Qué es esto?» 

– JSG: “Pedro Pablo Gaviota, ¿quieres volar?”

– PPG. “¡Sí, quiero volar!” 

– JSG: “Pedro Pablo Gaviota, ¿tanto quieres volar que perdonarás a la bandada, aprenderás, volverás a ella un día y trabajarás para ayudarla a comprender?”

– PPG: “Sí, quiero”

– JSG: “Entonces, Pedro, empecemos con el vuelo horizontal”.

Tercera parte 

Juan giraba lentamente sobre los lejanos acantilados, observando. Ese rudo y joven Pedro Gaviota era un alumno que volaba de manera casi perfecta. Era fuerte, ligero y rápido en el aire, pero lo más importante era que tenía un devastador deseo de aprender a volar. [A pesar de la impaciencia de Pedro, Juan lo acompañó].

Al cabo de tres meses, Juan tenía otros seis aprendices, todos exiliados pero curiosos por esa nueva visión del vuelo por el puro placer de volar. Sin embargo, les resultaba más fácil dedicarse al logro de altos rendimientos que a comprender la razón oculta de ello. 

– JSG: “Cada uno de nosotros es en verdad una idea de la Gran Gaviota, una idea ilimitada de la libertad, y el vuelo de alta precisión constituye un paso hacia la expresión de nuestra naturaleza verdadera. Tenemos que rechazar todo lo que nos limite. (…) Tu cuerpo entero no es más que tu propio pensamiento. Rompe las cadenas de tu pensamiento y romperás también las cadenas de tu cuerpo”.

Solo había pasado un mes cuando Juan dijo que había llegado la hora de volver a la bandada. 

– Alumnos: “¡No estamos preparados! ¡Ni seremos bienvenidos! ¡Somos exiliados!”

– JSG: “Somos libres de ir donde queramos y de ser lo que somos” 

Y Juan elevándose de la arena giró hacia el este, en dirección al país de la bandada. Los alumnos se sintieron angustiados por un instante, puesto que es ley de la bandada que un exiliado nunca regrese, y esa ley no se había violado ni una vez en diez mil años. 

– PPG: “Bueno, no tenemos por qué obedecer la ley si no formamos parte de la bandada, ¿verdad?”

Y así ocurrió que, aquella mañana, aparecieron desde el oeste ocho de ellos en formación de doble diamante, casi tocándose los extremos de las alas. (…) Los graznidos y trinos de la vida cotidiana de la bandada se interrumpieron como si la formación hubiese sido un gigantesco cuchillo, y los ojos de cuatro mil gaviotas los observaron sin parpadear. (…) Un relámpago atravesó a la bandada. ¡Esas gaviotas son exiliadas! ¡Han vuelto, y eso, eso no puede ser! Las predicciones de Pedro acerca de un combate se desvanecieron ante la confusión de la bandada. 

– Gaviotas: Bueno, de acuerdo, son exiliados, pero ¿dónde aprendieron a volar así? 

Pasó casi una hora antes de que la palabra de la gaviota mayor lograra extenderse por la bandada: 

– Gaviota mayor: “Ignoradlos. Quien hable a un exiliado será también un exiliado”.

[Narra cómo Juan Salvador enseñaba a los diferentes aprendices.]

Poco a poco, por la noche, se formó otro círculo alrededor del de los alumnos, formado por curiosos que escuchaban allí, en la oscuridad, sin deseos de ver ni de ser vistos, y que desaparecían antes del amanecer. Un mes después del retorno, la primera gaviota de la bandada cruzó la línea y pidió que se le enseñara a volar. Al preguntar, Terrence Lowell Gaviota se convirtió en un ave condenada, marcada por el exilio, y también en el octavo alumno de Juan. 

La noche siguiente se acercó procedente de la bandada, vacilando, Esteban Lorenzo Gaviota (ELG), arrastrando el ala izquierda, y acabó desplomándose delante de Juan. 

– ELG: “Ayúdame. Más que nada en el mundo, quiero volar…” 

– JSG: “Ven entonces. Subamos, dejemos atrás la tierra y empecemos”.

– ELG: “No me entiendes. Mi ala. ¡No puedo mover el ala!”

– JSG: “Esteban Gaviota, tienes la libertad de ser tú mismo, tu verdadero ser, aquí y ahora, y no hay nada que te lo pueda impedir”.

– ELG: “¿Estás diciendo que puedo volar?” 

– JSG: “Digo que eres libre”.

Y sin más, Esteban Lorenzo Gaviota extendió las alas sin el menor esfuerzo y se alzó hacia la oscura noche. Su grito, al máximo de sus fuerzas y desde doscientos metros de altura, sacó a la bandada de su sueño: 

– ELG: “¡Puedo volar! ¡Óiganme! ¡Puedo volar!”

Al amanecer había cerca de mil aves en torno al círculo de alumnos, mirando con curiosidad a Esteban. No les importaba si eran vistos o no, y escuchaban, tratando de comprender, a Juan Gaviota. Habló de cosas muy sencillas: que está bien que una gaviota vuele, que la libertad es la esencia misma del ser, que todo aquello que impida esa libertad debe ser eliminado, sea un ritual, una superstición o una limitación en cualquiera de las formas.

– Gaviotas: “¿Eliminado? ¿Aunque sea ley de la bandada?”

– JSG: “La única ley verdadera es aquella que conduce a la libertad”.

– Gaviotas: «¿Cómo pretendes que volemos como vuelas tú? Eres especial, dotado y divino, superior a cualquier ave».

– JSG: “¡Mirad a Pedro, a Terrence, a Carlos Rolando, a Mario Antonio! ¿Son también ellos especiales, dotados y divinos? Pues no lo son más que vosotros, ni más que yo. La única diferencia, realmente la única, es que ellos han empezado a comprender lo que son de verdad y han empezado a ponerlo en práctica”. 

Día a día aumentaba la muchedumbre que venía a preguntar, a idolatrar, a despreciar.

– PPG: “Dicen en la bandada que si no eres el hijo de la Gran Gaviota”

– JSG: “Este es el precio que se paga por ser incomprendido. Te llaman demonio o te llaman dios. (…) ¿Qué piensas tú, Pedro? ¿Nos hemos anticipado a nuestro tiempo?

– PPG: “Bueno, esta manera de volar siempre ha estado al alcance de quien quisiera aprender a descubrirla, y esto nada tiene que ver con el tiempo. A lo mejor nos hemos anticipado a la moda, a la manera de volar de la mayoría de las gaviotas”. 

[Pedro Pablo Gaviota un día que iba a alta velocidad, se le atravesó otro pajarito y se estalló contra una roca. Murió. Fue a otra dimensión]

– PPG: “No me había.. muerto?”

– JSG: “Pedro, piensa. Si me estás hablando ahora, es obvio que no has muerto, ¿verdad? Lo que sí que lograste fue cambiar tu nivel de conciencia, bien que de manera algo brusca. Ahora te toca escoger. Puedes quedarte aquí y aprender en este nivel, o puedes volver y seguir trabajando con la bandada”.

– PPG: “Por supuesto que quiero volver a la bandada. ¡Apenas si estoy empezando con el nuevo grupo!”

– JSG: “Muy bien, Pedro; ¿te acuerdas de lo que decíamos acerca de que el cuerpo de uno no es más que el pensamiento puro?” 

Pedro sacudió la cabeza, extendió las alas, abrió los ojos y se encontró en la roca y en el centro de toda la bandada allí reunida. Cuando empezó a moverse, de la multitud surgió un gran clamor de graznidos y chillidos. 

– Gaviotas: “¡Vive! ¡El que había muerto, vive! ¡Lo tocó con un extremo del ala! ¡Hizo que resucitara! ¡Ha sido el hijo de la Gran Gaviota! 

– Otras gaviotas: “¡No! ¡Es un demonio! ¡Ha venido a aniquilar a la bandada!”

[Ante la confusión, Juan Salvador y Pedro Pablo se retiraron y luego volvieron].

– PPG: “No comprendo cómo te las arreglas para amar a una turba de aves que ha intentado matarte”

– JSG: “No se debe amar el odio y el mal. Tienes que practicar y llegar a ver a la verdadera gaviota, ver el bien que hay en cada una y ayudarlas a que lo vean en sí mismas. Eso es lo que quiero decir por amar. (…) Ahora estás guiando a toda la bandada en la misma dirección”. 

– PPG: “¿Yo, guiando? ¿Qué quieres decir con eso? Tú eres el instructor. ¡No puedes marcharte!”

– JSG: “¿Ah, no? ¿Acaso no piensas que hay otras bandadas, otros Pedros, que necesitan más a un instructor que ésta, que ya va camino de la luz?”

– PPG: “¿Yo? Juan, soy una simple gaviota, y tú eres…” 

– JSG: “El único hijo de la Gran Gaviota, supongo. Ya no me necesitas. Lo que necesitas es seguir encontrándote a ti mismo, un poco más cada día, a ese verdadero e ilimitado Pedro Gaviota. Él es tu instructor. Tienes que comprenderlo y ponerlo en práctica”. 

Un momento más tarde el cuerpo de Juan trepidó en el aire, resplandeciente, y empezó a hacerse transparente. 

– JSG: “No dejes que corran rumores tontos sobre mí o que me conviertan en un dios. ¿De acuerdo, Pedro? Soy gaviota, me encanta volar. (…) No creas lo que tus ojos te dicen. Solo muestran las limitaciones. Mira con tu entendimiento, descubre lo que ya sabes.

El resplandor se apagó, y Juan Gaviota se desvaneció en el aire. 

Después de un tiempo, Pedro Gaviota se obligó a remontar el espacio y se enfrentó con un nuevo grupo de estudiantes, ansiosos de empezar su primera lección. (…) Y aunque intentó parecer adecuadamente severo ante sus alumnos, Pedro Gaviota los vio de pronto tal y como eran realmente y más que gustarle, amó aquello que vio. Su carrera hacia el aprendizaje había empezado. 

Cuarta parte

Tras la desaparición de Juan Salvador Gaviota de las playas de la bandada, durante algunos años esta constituyó el más extraño grupo de pájaros que se haya visto. Muchos de ellos, incluso, habían comprendido el mensaje que él había transmitido, y era tan habitual ver una gaviota joven volando del revés y haciendo piruetas. Pedro Gaviota y los otros alumnos de Juan divulgaron las enseñanzas de libertad de su instructor y emprendieron largos viajes para difundirlas entre las bandadas de la costa. En esos días hubo acontecimientos notables. Los alumnos de Pedro, e incluso los alumnos de sus alumnos, estaban volando con una precisión y un júbilo nunca vistos. Aquí y allí se veían pájaros que superaban en sus acrobacias a Pedro y aun al propio Juan. 

La curva de aprendizaje de una gaviota altamente motivada siempre había sido muy pronunciada, y ahora, una y otra vez, había estudiantes que superaban los límites con tanta perfección que sencillamente desaparecían, como Juan, de la faz de una tierra demasiado restringida para contenerlos. Durante un tiempo fue una edad de oro. Multitudes de gaviotas se acercaron a Pedro Gaviota, ansiosas por tocar a aquel que había tocado a Juan Salvador Gaviota, un ave a la que ahora consideraban divina. Pedro insistió, en vano, en decirles que Juan había sido una gaviota igual a ellas, que había aprendido lo que todas podían aprender. Continuaron persiguiéndole, para que les repitiera las palabras exactas que había pronunciado Juan, empeñadas en que les explicara con minuciosidad los gestos que había realizado, ávidas por descubrir nuevos detalles sobre él.

A medida que le reclamaban saber más trivialidades acerca de Juan, la inquietud de Pedro iba en aumento. Antes, habían estado interesadas en llevar a la práctica sus enseñanzas, en entrenar y en surcar, veloces y libres, el glorioso cielo…, y ahora evitaban el trabajo duro, mientras se entretenían contándose unas a otras leyendas sobre Juan, como si este fuese un ídolo popular y ellas su club de admiradoras. 

Con el pasar de los años, las clases fueron cambiando. Lo que antes era una celebración de la maravilla de volar se convirtió en cuchicheos acerca de Juan, antes y después de las prácticas, en largas disertaciones sobre Juan en la playa, y ya nadie se acordaba de volar. Tanto Pedro como otros que habían sido alumnos de Juan intentaron corregirles, intrigados, desalentados o furiosos ante el cambio, pero incapaces de detenerlo. Les honraban, o aun peor, les reverenciaban, pero ya no les escuchaban, y las gaviotas que practicaban eran cada vez menos. 

Los Alumnos Originales fueron muriendo uno a uno, dejando atrás sus fríos cuerpos, de los que la bandada se apropió para realizar grandes y llorosas ceremonias, enterrándolos bajo enormes mojones de guijarros. Cada piedra se añadía al montículo tras un largo sermón pronunciado por una gaviota con pesada solemnidad. Los mojones se convirtieron en santuarios, y ahora, a toda gaviota que aspirara a la Unicidad se le requería que depositara un guijarro en el santuario y pronunciara un discurso lastimero. Nadie sabía en que consistía la Unicidad, pero se trataba de una cosa tan profunda y seria que ninguna gaviota se habría atrevido a preguntar qué era sin pasar por tonta. Pero si todo el mundo sabe qué es la Unicidad, y cuánto más bonita sea la piedra que deposites en la tumba de Martín Gaviota, mayores posibilidades tendrás de conseguirla. 

La pila de guijarros sobre la Roca de la Unicidad, dedicada a la sagrada memoria de Pedro Gaviota, se convirtió en la mayor montaña de guijarros de todas las costas del mundo. Muchas otras pilas similares se levantaron por todas partes, y cada martes por la tarde la bandada se plantaba ante una de ellas para oír hablar de los milagros de Juan Salvador Gaviota y sus Divinos Alumnos. Ya nadie volaba más de lo estrictamente necesario, y cuando lo hacía era en medio de rituales cada vez más extraños. 

En pocos años, las recitaciones de enseñanzas se volvieron más alambicadas y se endurecieron, tornándose un conjunto de dogmas graníticos. «Oh-Juan-Gaviota-Gran-Gaviota-Uno-y-Único-ten-piedad-de-nosotros-quesomos-menos-que-granos-de-arena…» Y así durante horas y horas, todos los martes. Cuanto más rápida y mecánica era la repetición de estas letanías, de las que ya no se entendía ni una palabra, más valorado era el Oficial en cuestión. 

En menos de doscientos años, ya no quedaba prácticamente ninguna de las enseñanzas de Juan, reemplazadas en la práctica diaria por la escueta enunciación de su condición de santo y más allá de la aspiración de las gaviotas comunes, «menos que granos de arena». Llegó un tiempo en el que los ritos y ceremonias creados en torno a la figura de Juan Salvador Gaviota se volvieron obsesivos. [Pero hubo algunos inconformes, como Antonio Gaviota (AG en adelante), él le dijo al Alumno Oficial Local (AOL en adelante) en alguna ocasión lo siguiente]:

– AG: “Los alumnos que vienen a escucharte todos los martes lo hacen por tres razones: porque piensan que están aprendiendo algo, porque creen que poner otro guijarro en el mojón los hará santos o porque todos esperan que lo hagan, ¿verdad?

– AOL: “¿Y tú no tienes nada que aprender, mi pichón?”

– AG: “No. (Tu Gran Gaviota Juan es un mito que alguien pergeñó hace mucho tiempo, un cuento de hadas en el que los débiles creen porque no tienen el coraje de ver el mundo tal como es. ¡Imagínate, una gaviota que puede volar a trescientos kilómetros por hora! Lo he intentado, pero lo más rápido que he conseguido ir es a unos ochenta kilómetros, bajando en picado y prácticamente fuera de control. Existen leyes sobre el vuelo que no se pueden violar, y si no lo crees pruébalo por ti mismo. ¿Realmente crees que tu gran Juan Salvador llegó a volar a trescientos kilómetros por hora?”

– AOL: “Y aún más rápido. Y enseñó a otros a hacerlo. 

– AG: “Eso dice el cuento. Pero cuando me enseñes que puedes volar a esa velocidad, Oficial, empezaré a prestarte atención” 

Él no tenía respuestas, pero sabía que seguiría con mucho gusto a cualquier ave que pudiera darle al menos algunas respuestas válidas, que hicieran la vida diaria más plena y feliz. Hasta que encontrara a esa ave, la vida seguiría siendo gris y desolada, ilógica, sin sentido. [Decidió lanzarse hacia el mar para morir y a la mitad de su picada vio algo así como una gaviota que hacía acrobacias].

Cada gaviota no pasaría de ser un conjunto aleatorio de sangre y plumas destinado al olvido. Antonio Gaviota siguió su propio camino, y se le sumaron más y más aves jóvenes que rechazaban los rituales y ceremonias en que se repetía el nombre de Juan Salvador. Entristecidas por la futilidad de la vida, pero al menos honestas consigo mismas y lo suficientemente valientes para reconocer esa futilidad. Entonces, una tarde en que Antonio aleteaba sobre el mar, pensando en la inutilidad y falta de sentido de la vida, se le ocurrió que el único acto lógico sería zambullirse en el océano y ahogarse. Era mejor no existir que existir como un alga, sin propósito y sin alegría. Tenía sentido. Era lógica pura, y toda su vida Antonio Gaviota había tratado de permanecer honesto y lógico. De todos modos, tarde o temprano tendría que morir, y no veía motivo para prolongar el doloroso aburrimiento de la vida. Estaba a seiscientos metros sobre el mar, y se zambulló en picado hacia el agua a una velocidad cercana a los ochenta kilómetros por hora. Haber tomado la decisión le resultaba extrañamente estimulante. 

– AG: “¿Qué era eso?”

– JSG: “Oh, llámalo vuelo por diversión. Una zambullida seguida de un suave giro hacia arriba para terminar en un rizo. Solo estaba distrayéndome un poco. Si lo quieres hacer realmente bien te llevará una pizca de tiempo, pero es algo bonito de ver, ¿no crees?”

– AG: “Sí… es… bonito, ¡ya lo creo! Pero no te he visto cerca de la bandada. ¿Quién eres?”

– JSG: “Puedes llamarme Jon”.

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